sábado, junio 18, 2011

EL HECHICERO




Uno de los barrios tradicionales de la ciudad de Durango es el Barrio del Santuario de Guadalupe a quien dió éste nombre el Templo de Nuestra Señora de Guadalupe que fue construido en tiempo inmemorial al norte de la ciudad y al pie del cerro de Fray Diego y muy cercano del Cerro de Mercado.

No se conoce con exactitud la fecha exacta de la iniciación y terminación de la ermita y todo hace suponer que fue a mediados del siglo XVII cuando en la Nueva España ya se hablaba del milagro Guadalupano y la fe en la Virgen de Guadalupe se consolidaba de todo a todo.

La referencia mas antigua que registra la historia sobre el Santuario mencionado es la certificación que en 1657 hizo el escribano real Don Melchor Juarez quien al describir la gestión obispal del obispo don Pedro Barrientos Lomelín, obispo de Durango, dice que el edificio de la ermita de nuestra señora de Guadalupe no estaba acabado, que tenía solamente un altar con imagen y en la cual se celebraban misas con frecuencia.

Medio siglo después, cuando en 1713 tomó posesión del obispado el Dr. don Pedro Tapiz mandó construir la finca inmediata al templo que después se convirtió en casa parroquial.



Estos datos demuestran que el templo de Nuestra Señora de Guadalupe es centenario, arrastra una tradición de siglos y ésto provocó que en sus cercanías se avecindaran personas que construyeron sus casas poco a poco y conformaron ese barrio que se extiende desde las vías del ferrocarril hasta las cercanías del Cerro de Mercado a ambos lados del templo de referencia.

La explanada que ahora se llama de los Insurgentes es muy bella, todavía existe la costumbre de ser visitada en todo tiempo y los vecinos con la bondad que caracteriza a los Durangueños, sentados en el quicio de sus hogares disfrutan de los atardeceres abrileños de singular espectáculo que ofrecen las tardes del mes de Abril cuando las nubes se pintan de rojo y el tibio anochecer nos hace dialogar con el recuerdo.

En una de esas tardes, cuando parado en el centro de la explanada dirigí mi vista hacia el oriente, contemplé extasiado el despuntar en el horizonte, el disco de plata de nuestra luna durangueña que solamente en la ciudad de Durango se mira más grande, más brillante y siempre luce mas hermosa que en alguna otra parte del mundo.

Ese mágico momento me hizo recordar el relato que una tarde de abril, de un abril que hace muchos años que pasó y ya no regresará, lo escuché de doña Carmen, anciana de mucha edad que sentada en un banco de madera de tres pastas nos relató sobre la vida y milagros de don Cuco, hombre entrado en años que vivía en una casa de esa cuadra que estaba hacia el oriente y daba forma a la explanada. La gente de los contornos llamaban la casa de la nopalera, porque en su interior tenía un bosque de nopales de castilla.

Doña Carmen, buena narradora que contaba los relatos con mucha sal, empezó diciendo:

- A mi no me lo crean, pero dicen que don Cuco el que vivía en la casa de la nopalera, era el mejor hechicero de Durango tenía pacto con el diablo, y cargaba colgado del cuello un hueso de muerto que lo hacía invisible cuando el así lo quería o lo necesitaba.

La anciana hizo una pausa, de la bolsa del delantal sacó una cigarrera con cigarros "Carmencitas" cigarros ahora descontinuados, encendió su cigarro, le dió dos o tres fumadas y continúo.

- Dice mi compadre Casildo que una noche, ya muy avanzada la noche después de que cantaron los primeros gallos, él se dirigía a su casa, y al pasar la vía del tren encontró un enorme perro negro con los ojos brillosos como que los tenía de lumbre y que lo quería morder.

- Al mirarlo -decía él- que él sacó su pistola para dispararle un balazo y matarlo porque estaba muy feo.

- Mire doña Carmen dijo Casildo: -Una cosa es que yo lo cuente y otra es que usted me lo crea.

Siguió narrando Casildo:

- Cuando amartillé la pistola para dispararle el balazo al perro...

- Le apunté muy bien a la cabeza y cuando estaba por apretar el gatillo, aquel perro bufó, echó lumbre por el hocico y no supe ni cómo, pero en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en don Cuco, que se hincó en el suelo frente a mi y me dijo:


- No Casildo, no vayas a disparar esa pistola porque me matas.

- Yo soy Refugio Atilano, tu vecino, el de la casa de la nopalera que ando por aqui.

- Mira Casildo, si me perdonas la vida nunca te volverás a encontrar con el Nagual que es ese perro prieto que te acaba de atacar y es nada menos que yo, tu vecino al que le dicen don Cuco.

- Mira Casildo, no nada más en perro me transformo, también en lechuza y vuelo. Continúo Casildo...

- Nomás miré, doña Carmen.

- don Cuco dió un salto pequeño y se convirtió en una lechuza que alzó el vuelo y como que chiflaba y luego que dió una vuelta volando, se paró frente a mi y ya era otra vez don Cuco que me volvió a decir:

- Mira Casildo, éste hueso es de mi compadre Cipriano y me ayuda a hacer todo. Nomás lo toco con tres dedos y le pido un deseo y al instante me lo cumple.

- Mira ahora seré chivo y... al momento don Cuco se convirtió en un chivo prieto que arrojaba espuma por el hocico.

Decía Casildo:

- Me dió tanto miedo ver todo aquello que cuando el chivo se convirtió en don Cuco le dije:

Don Cuco ya no me asuste más porque se me va a desparramar la bilis del susto.

- Yo le ofrezco guardar el secreto de que es hechicero y de los buenos, lo único que le pido es que nunca me haga algún mal a mi ni a mi familia.

Me contestó don Cuco:


- Si tu no me haces daño, yo tampoco te lo hago a ti... Además te pido una cosa.

- Mientras yo viva no le cuentes a nadie lo que has visto ésta noche.

- Poco tiempo después, a los tres meses, don Cuco murió y ya ve doña Carmen que toda la gente dice que luego que acabó antes de que lo tendieran, llegó a su casa un curro vestido de negro y se lo llevó y nadie supo a donde.

- Lo único que se sabe es que don Cuco desapareció para siempre...

Sin embargo, los vecinos del barrio del Santuario de Guadalupe, dicen que de cuando en cuando, cuando el reloj de la Catedral suena la hora de las doce de la noche, es común mirar en la explanada ahora de los Insurgentes, un perro negro o un chivo grande y negro que arroja chispas de lumbre por los ojos y el hocico.

Tal vez es el Nagual de don Cuco que todavía se aparece como le sucedió a Casildo.

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