lunes, abril 06, 2020

EL ARBOL DE LA VIDA

Pregunta: Yo he sido miembro de diversas organizaciones religiosas.
Estoy absolutamente fastidiado, y trabajo porque el hambre me obliga.
Me resulta difícil levantarme por la mañana, y no tengo interés alguno en la vida.
Me doy cuenta de que sólo existo de un día para el otro, sin ningún sentido de valor humano; y no siento entusiasmo alguno por nada. Temo suicidarme. ¿Qué tendré que hacer? (Risas). 

Aunque rias, ¿no está la mayoría de nosotros en esa situación?
Aunque aún pertenezcas a muchas organizaciones -religiosas, políticas o de otra índole- o aunque las hayas abandonado a todas, ¿no hay acaso en nosotros la misma desesperación íntima?
 
Puedes consultar a los psicoanalistas, o confesarte, y de ese modo sentirte en paz por algún tiempo: ¿pero no nos aqueja el mismo dolor de la soledad, una sensación de perplejidad, una desesperación infinita?
 
El ingresar en organizaciones, el entregarnos a varias formas de diversión, el ser adictos al conocimiento, el practicar a diario ceremonias y todo lo demás, nos brinda realmente un escape de nosotros mismos; mas cuando todo eso ha cesado cuando lo hemos hecho a un lado inteligentemente, sin substituirlo por otras formas de escape, el resultado es aquello, ¿verdad?
 
Puedes haber leído muchos libros, puedes estar rodeados de tus hijos, de tu familia, de riquezas -un nuevo automóvil cada año, la última obra literaria, el último fonógrafo, y todo lo demás.
Pero una vez descartadas inteligentemente las distracciones, resulta inevitable -¿no es así?- que te enfrentes a eso: la sensación de frustración íntima, de desesperación infinita y sin remedio.
Quizá la mayoría de nosotros no seamos conscientes de ello; o, si lo son, tal vez trates de eludirlo. Sin embargo, ahí está. ¿Qué hay, pues, que hacer?

En primer lugar, me parece que es muy difícil llegar a esa situación, darse cuenta hasta ese punto de que te enfrentes directamente con aquello.
Muy pocos de nosotros somos capaces de hacer frente a aquello directamente, tal cual es, porque resulta en extremo doloroso; y cuando de verdad lo enfrentes sientes tal ansiedad por escapar, que podrías hacer cualquier cosa, hasta suicidarte, o huir bien lejos, en pos de una ilusión o distracción cualquiera.
 
Por lo tanto, la primera dificultad está en darnos cuenta cabal de que nos enfrentamos con aquello.
Es indudable que uno tiene que sentirse desesperado para poder hallar algo.
Cuando lo hayas probado todo en derredor nuestro, toda posible puerta de escape, y nada nos ofrece una salida, forzoso es que llegues a aquella situación.

Ahora bien: si estás en esa situación, real y verdaderamente -no por obra de la imaginación, no porque anheles estar ahí con el fin de hacer alguna cosa- si en efecto te enfrentas a eso, entonces podemos proseguir y discutir qué debe hacerse.
Entonces vale la pena proseguir.

Si has dejado de substituir una escapatoria por otra, de abandonar una organización para ingresar a algo distinto, de perseguir una cosa tras otra; si todo eso ha terminado -y eventualmente habrá de terminar para todo hombre inteligente- ¿entonces qué?
Si ahora estás en esa situación, ¿cuál es la próxima respuesta? Cuando ya no escapes, cuando ya no busques una salida, una forma de evasión, ¿entonces qué ocurre? Si lo observas, lo que hacemos es esto: debido a una sensación de temor con respecto a ese estado, o al deseo de comprenderlo, le damos un nombre. ¿No es así?

Decimos: “Me siento solo, desesperado; soy esto y deseo comprenderlo”.
Es decir, al darle un nombre, establecemos una relación entre nosotros y esa cosa que llamamos soledad, vacío.
Espero que comprendas lo que estoy diciendo.
Al expresar verbalmente nuestra relación con eso, le damos un significado neurológico y también psicológico.

Pero si no le damos un nombre, y simplemente lo consideramos, si lo observamos, entonces nuestra relación será distinta; entonces eso no está fuera de nosotros sino que es nosotros mismos.

Decimos, por ejemplo: “Tengo miedo de ello”.
El miedo sólo existe en relación con algo; ese algo se manifiesta cuando lo reprimimos, cuando le damos un nombre, como por ejemplo “estar solos”.
Existe, por lo tanto, la sensación de que nosotros y esa soledad son dos cosas distintas. 
¿Pero es eso así?
Nosotros -el observador- estás observando el hecho, al que denominas “estar solos”.
¿Es el observador diferente de lo que él observa?

Sólo es diferente mientras le da un nombre; pero si no le das un nombre, el observador es lo observado.
El nombre, el término, no hace más que dividir; y entonces tienes que luchar con esa cosa.
Pero si no hay separación, si hay integración entre el observador y lo observado -la cual sólo existe cuando se le de un nombre; puedes hacer la prueba y lo verás- entonces la sensación de miedo desaparece por completo.

Es el miedo lo que te impide observar eso, cuando dicen que estás vacío, que eres esto, que eres aquello, que están desesperados.
Y el miedo sólo existe como memoria, la cual aparece cuando definíamos; más cuando somos capaces de mirarlo sin darle nombre, entonces, sin duda, esa cosa es uno mismo.

Así pues, cuando lleges a ese punto, cuando dejas de dar un nombre a la cosa que temes, entonces ustedes son esa cosa.
Cuando eres esa cosa, no hay problema, ¿no es así? Solamente cuando no quieres ser esa cosa, o cuando deseas hacer que esa cosa sea diferente de lo que ella es, surge el problema.

Pero si eres esa cosa, entonces el observador es lo observado, ambos son un mismo fenómeno, no fenómenos separados.
Entonces no hay problema, ¿verdad?

Por favor, experimenta con esto, y veras cuán pronto ese algo se resuelve y queda superado, y otra cosa sobreviene.
Nuestra dificultad está en llegar al punto en que podemos observar eso sin miedo.
El miedo aparece tan sólo cuando empezamos a reconocerlo, cuando empezamos a darle un nombre, cuando deseamos hacer algo a su respecto.
Pero cuando el observador ve que él no es diferente de lo que él llama vacío, desesperación,
entonces la palabra ya no tiene significación alguna. La palabra ha desaparecido, no es ya desesperación.
Cuando se elimina la palabra con todo lo que ella implica, entonces no hay ya sensación de miedo ni de desesperación.

Entonces, si sigues adelante, cuando no hay ya miedo ni desesperación, cuando la palabra no tiene ya importancia, se produce sin duda una grandiosa liberación; entonces hay libertad.
Y en esa libertad está el estado creativo del ser, que brinda renovación a la vida.
Para expresarlo de otra manera: abordamos este problema de la desesperación por las vías habituales.
Es decir, nos valemos de los recuerdos del pasado para interpretar ese problema; y el pensamiento, que es producto de la memoria, que se funda en el pasado, jamás puede resolver ese problema, por tratarse de un problema nuevo.

Todo problema es nuevo; y cuando lo abordan agobiados por el peso del pasado, el problema no puede ser resuelto.
No puedes abordarlo a través del velo de las palabras, es decir, del proceso de pensar; mas cuando cesa la “verbalización” -y porqué has comprendido el proceso total de la misma, la abandonas- entonces son capaces de enfrentarse al problema de manera nueva; entonces el problema no es lo que creas que es.
Así, pues, podrías decir al final de esta pregunta, “¿Qué habré de hacer?

Heme aquí confundido, sumido en la desesperación, en el sufrimiento; no me ha dado Ud. un método que pueda seguir para libertarme”.
Pero, a no dudarlo, si has comprendido lo que he dicho, ahí está la clave: es una llave que abre mucho más de lo que puedes concebir, si son capaces de usarla.
Puedes ver en seguida el papel extraordinariamente importante que desempeñan las palabras en nuestra vida, palabras tales como “Dios”, “nación”, “líder político”, “comunismo”, “catolicismo” -palabras, palabras, palabras...
¡Qué extraordinaria significación tienen ellas en nuestra vida!
Y son esas palabras las que impiden que comprendamos los problemas de un modo nuevo.
Ser realmente sencillo significa estar libre de la confusión de todas esas impresiones, de todas esas palabras y de su significado; y encarar el problema en forma nueva.

Y yo les aseguro que puedes hacerlo; es todo un entretenimiento si lo haces, porque es mucho lo que revela.
Y yo siento que esta es la única forma de atacar cualquier problema fundamental.
Un problema que es muy hondo, tienes que atacarlo en lo profundo, no en el nivel superficial.
Y este problema de la soledad, de la desesperación, con el cual casi todos nosotros estamos un tanto familiarizados en nuestros momentos excepcionales, no es cosa para ser disuelta con sólo correr a refugiarnos en alguna clase de distracción o de culto.
Ahí estará siempre hasta que sean capaces de encararlo y vivirlo directamente: sin “verbalización” alguna, sin que haya tamiz alguno entre nosotros y él. 

Autor: Krishnamurti, Jiddu

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